jueves, 8 de marzo de 2012

Magdalenas (II)



Al llegar a casa la radio indicaba que Malena, su compañera de piso, estaba poniendo punto y final a un día duro. Siguió la voz de Estopa y llegó al baño dónde bajo una montaña de espuma estaba ella. Las luces estaban apagadas, un par de velas encendidas. Sólo faltaba el incienso y un hombre para bailar tango. Entró como un alma en pena, encendió la luz, bajó el volumen, se sentó en el suelo y Malena supo que su día estresante tardaría en acabar.

- No ha venido… ¿Y si le ha pasado algo?
- Quizá simplemente es un resfriado, quizá tenía fiesta, quizá se ha ido a la competencia… Quizás, quizás, quizás.
- ¿Crees que debe estar preguntándose cómo estaré?
- No, no lo creo. No has hecho nada para dejarle huella.
- Le guardo la mejor Magdalena cada día. Mira, hoy se la he guardado hasta el final, hasta que me he ido.
- Creo que me la merezco, déjala encima de la cocina.
- ¿Te ha dio mal la reunión?
- No, ha ido genial, pero no voy a ser yo quien lleve el proyecto. He dejado de ser la amante, hay una chica nueva en la oficina. Así que… Voy a salir de nuevo a las cinco en punto, sin hacer horas extras en ningún hotel.
- ¡Malena, te dije que no te enamoraras!
- ¡Max, te dije que hablaras con él!

Silencio. Ambos tenían razón. Max salió despacio, apagó de nuevo la luz y subió el volumen de la radio. Dejó el muffin en la encimera con una nota: “No dejes de bailar”. Cogió la mochila y salió.