martes, 3 de noviembre de 2009

El despacho del Señor R

Con el dedo índice reseguía las diferentes alturas de la estantería principal, al lado derecho del escritorio. Luego, pasó a los libros que aún quedaban de pie. Ediciones de bolsillo, ediciones de coleccionista, simples espirales con obras aún sin conocer, Todos iban pasando por su yema gris. Entre ellos reconoció Las arquitecturas del deseo, se detuvo y sonrió.

El escritorio era una montaña de papeles etiquetados con mil y un post-it, de sólo dos colores. Sus deducciones la habían llevado a hacer una clasificación: los verdes, cosas importantes, los amarillos, cosas que pueden esperar. Entre los miles de papeles amontonados o simplemente dejados a su libre albedrío en una esquina se adivinaba una pantalla de ordenador con dos post-its naranja (que le acababan de desmontar su teoría pues: ¿Qué había entre una cosa importante y otra que no lo es?), Bajó la mirada e intuyó un teclado, pensó y dedujo un ratón.

En la esquina contraria había unas cuantas revistas mezcladas con hojas sin positear (¡No! También existía una no clasificación), correo sin abrir y sobres de correo que nunca debería haber abierto pues el interior estaba en la papelera. En el suelo había más montones de papeles, por suerte, destacados en verde o amarillo, ninguno en naranja (o al menos no a simple vista). También había carpetas o archivadores medio abiertos dispuestos a que alguien buscase en ellos notas de hace demasiado tiempo.

Hacía mucho tiempo que no se sentía tan bien entre desorden. Hacía unos meses que tenía un ataque compulsivo de recoger y guardar cualquier papel, carta o espíritu que rondara por su casa. Pero aquello era diferente. Era ese despacho, desordenado, caótico, limpio y encantador. Des de la ventana se adivinaban personitas paseando, charlando, gastando… y se veían nubes y otros despachos (éstos, bastante ordenados, demasiados, pensó).

Buscaba alguna imagen. Unos hijos, unos sobrinos, una novia, una ex. Alguna fotografía que le permitiera adivinar algo más. Pero ni marcos ni fotos, simplemente un muro lleno de recortes de prensa, fotografías en blanco y negro, un mapamundi amarillento con muchos agujeros y pocos alfileres y la imagen de una chica que sin quererlo imitaba El desconsol.

- Todos los halagos se los lleva siempre Capa, pero a mí me gusta más ella, Taro. ¿Te gusta la fotografía?

Se dio la vuelta de un sobresalto haciendo caer algunos recortes mal asegurados. No se esperaba que entrase tan sigilosamente, no sabía qué decir.

- Eh… sí, pero…

- ¿Igual o más que cotillear las cosas de los demás?

- Menos.

- Me lo temía.