lunes, 30 de enero de 2012

La azotea (II)

- Lo de siempre, más o menos.
- ¿Con quien has discutido?
- Con nadie.
- Entonces no es lo de siempre.


Silencio. Siempre había silencios cuando se encontraban en la azotea. No necesariamente incómodos, tampoco necesarios. Seguían mirando al frente, sus ojos aún no se habían encontrado.

- ¿Por qué sigues siendo amigo mío?
- Es algo que me pregunto siempre que me llamas. Dijo él sonriendo.
- Tienes miedo -dijo Elena tajantemente-. De hacerme daño, de echarme de menos, de sentirte mal, de arrepentirte…
- ¿No quiero ser amigo tuyo en realidad? Respondió él desconcertado.
- Yo creo que no.

Elena le acababa de decir que él no la quería como amiga. Él estaba sorprendido, ella estaba tranquila. Nunca se había planteado por qué seguían siendo amigos a pesar del carácter inestable e insoportable de Elena. Tampoco se le había pasado por la cabeza que debieran dejar de caminar juntos.

- ¿Y tú por qué sigues conmigo? ¿También tienes miedo de hacerme daño?

domingo, 29 de enero de 2012

La azotea (I)


- Últimamente cuando te llamo tardas mucho. Un día me dará tiempo a tirarme de verdad y llegarás cuando sea demasiado tarde.
- Ese día saldrás perdiendo tú, así que...
- Ese día saldréis perdiendo todos por perder a alguien como yo.

Decidió no contestar y suspiró. Los dos estaban sentados en el borde. Al frente, toda la ciudad y a lo lejos el mar. Al fondo, las sábanas infantiles de los hijos de algún vecino.

- Normalmente la gente que se va a suicidar no avisa.
- Quizá yo sea la excepción que confirma la regla.
- ¿Algún día dejarás de complicarme la vida?
- Escogiste tú ser amigo mío, nunca te he obligado. Y tuviste oportunidades para no renovar la amistad. No te quejes ahora.
- Y bien, ¿qué te pasa hoy?

lunes, 9 de enero de 2012

Enero (VII)

Durante casi un mes Marta volvió poco a poco a la vida de Carlos. Habían vuelto aquellas pequeñeces como mensajes a la hora de comer informando del menú o preguntando qué había tomado él de postre. A la oficina llegaban cafés y Muffins los lunes y en casa aparecía una post-it en cualquier parte cuando menos se lo esperaba. También mensajes en el espejo del lavabo. Verse, en cambio, se habían visto sólo un par de veces. Ambas para tomar un café a media tarde.

Aunque Quique le había dicho que cambiase la cerradura cuando Marta se fue, Carlos no le había hecho caso y ahora se alegraba. Ella le había dejado su juego de llaves encima de la mesa antes de irse, pero seguramente tendría copias. Marta tenía tendencia a perderlas entre su desorden o a dejárselas dentro de casa. Sino, debería tener un cómplice y no sabía quien podía ser. Whiskers, su gato, que le miraba mal desde que Marta se fue, aún no había aprendido a abrir puertas.

El día que se cumplía un mes y cuatro días de la aparición estelar de Carlos en el despacho de Marta, ésta decidió que había llegado el momento del volver a hablar. Él parecía que había aprendido la lección y ellas estaba cansada de ir y venir. Así que se preparó un buen discurso, se puso los tacones y sobre las seis puso rumbo al ático de carolos. Él llegaría sobre las siete si no había contratiempos. Le daría tiempo a cenar en casa.

Cuando entró en el piso por primera vez unas semanas antes le vino a la mente la canción Se me olvidó otra vez de Maná. Parecía que no la había olvidado y que él de verdad la estaba esperando. “Para que tú al volver no encuentres nada extraño…” Todo estaba tal y como ella lo había dejado y ahora seguía igual. Sólo el mensaje de la pizarra era diferente y porque había sido ella quien lo había actualizado. Quizá, en el fondo, se estaba equivocando. Le dejó las instrucciones en la mesa, una carta en el dormitorio y se fue hacia el terrado.

Él subió con una nueva vida montada en su cabeza. Ella estaba a punto empezar la suya. Carlos la encontró de espalda observado cómo el tráfico se iba adueñando de la calle. Marta al escuchar la puerta se giró. Se dieron un beso de aquellos de película, fuegos artificiales y canción propia. Los dos se tenían ganas, los dos se habían echado mucho de menos. Sólo uno sabía que sería el último.

- Espero que este mes te haya enseñado que recuperar a alguien no es cosa de un día. Ni siquiera de un mes, sino de ganas, de ir poco a poco, de hacerse notar, de hacerse imprescindible. Tú para mí ya no lo eres.

Carlos se quedó helado. Cuando reaccionó, Marta ya era uno de esos coches que regresaba a casa después de un día duro. En casa, se encontró con su olor, dos juegos de llaves y “lo que más” escrito en la pizarra de la cocina.

viernes, 6 de enero de 2012

Enero (VI)

Como cada domingo y a aunque aún notaba los efectos de un fin de año adolescente a pesar de rozar los treinta, Carlos se levantó no muy tarde y se fue al gimnasio. Había pasado las fiestas navideñas como en otro mundo, pensando, esperando una llamada, un mensaje un twitt algo próximo que no acababa de llegar. ¿Se había olvidado de él? ¿Era su manera de hacerlo sufrir?

Una vez en el gimnasio se puso el bañador y bajó a la piscina. No pudo hacer más de un quilómetro ya que ni su mente ni su cuerpo estaba respondiendo bien a los excesos de aquellos días. Pensó que se hacía mayor. Jacuzzi, sauna, ducha, toca irse a casa. Antes de llegar, prensa y pan.

Al abrir la puerta notó una sensación extraña, como si alguien hubiese estado en casa. Al entrar a al comedor notó aquel olor a algodón de azúcar tan característico de Marta. Dejó las cosas del gimnasio en el suelo y empezó a recorrer la casa. Aparentemente no había nada diferente a como lo había dejado antes de irse, sólo que el piso volvía a oler a Marta. Se dejó caer en el sofá y se quedó dormido. Hacia la una lo despertó el teléfono. Era su madre. “No, no madre hoy no voy a comer, no me encuentro bien, sí mejor que ayer pero no tengo ganas de salir...”, ni hoy ni en toda la semana, aunque eso no se lo dijo. Entró en la cocina en busca de una pastilla y un vaso de agua, como de costumbre miró la pizarra pero esta vez ponía:

“Bon dia! Veo que sigues con las mismas costumbres. Feliz 2012”

Marta había estado en casa. ¿Era una señal de que iba a volver? ¿Tenía que llamarla? Se quedó un buen rato pensando y decidió enviarle un mensaje. “Feliz 2012 a ti también, Marteta, eres toda una espía :)”. Él estaba contento, ella, a unos cuantos quilómetros de distancia, también.



Mañana el desenlace. ¿Qué creéis que pasará?

jueves, 5 de enero de 2012

Enero (V)

Aquel día y aquella noche - los cuales durante mucho tiempo dudó que en realidad existiesen- se habían ido diluyendo como azúcar en su inexistente café. Pasó abril, pasó mayo, pasó el verano, sobrevivió al otoño, llegó el frío y él volvió de repente haciéndole más creíble todo lo que pasó.

La reestrenada vida con Alicia era bastante calmada. Les había venido bien esa larga temporada de desconexión conyugal. Además, Alicia decidió actuar como siempre: conservar las mismas manías, las mismas imperfecciones, la misma manera de sacar de quicio a Laura con sus duchas a deshoras y su costumbre de no tender las lavadoras. La vida sigue, todo sigue, “Marta, tú también sigues y cuanto antes vuelvas a la realidad, mejor para las dos”.

La primera noche lloró, la segunda soñó que nada había pasado, la tercera volvió a llorar. Y así una semana. Durante ésa, Marta quiso irse, volver, caer, dejarse pisar. La segunda, se fue unos días a la capital, a renovar ideas y dejarse guiar. La tercera se prohibió llorar. Al mes dio por perdida toda opción de reconciliación.

Había pasado un mes sin señales que le dejaban más que claro lo poco que había significado ella para él. A través de amistades comunas casis in querelo iba siguiendo la evolución del duelo de Carlos: martes y miércoles Champions, jueves Euopa League, Sábado Liga. Domingos de barbacoa. Viernes de cine y copa, lunes de pijama. Un viaje a exprés a Praga y mini vacaciones en Canarias. Allí, algún lío que otro. Nada en Barcelona. Ni una lágrima en presencia de amigos, ningún signo de ahora las las penas, ningún rastro de arrepentimiento. ¿Y él, sabría algo de ella? No, no sabía nada, ella se hubiera enterado como se enteró de todo lo demás.

Era hora de tomar una decisión.

miércoles, 4 de enero de 2012

Enero (IV)

Mientras acababa de recoger sus cosas, Marta pensaba que si en aquel momento hubiera sido la protagonista de una película, estaría sonando la canción Lo que más. No encontraba otra manera de describir lo que sentía.

Cuántas veces nos salvó el pudor y mis ganas de tanto buscarte… Y aparecería ella mirando las fotos del salón, decidiendo si se las llevaba o no. Entonces se desplomaría en la mesa.

Sabe Dios como me cuesta dejarte… Primer plano de Marta escribiendo el Post-it de despedida. Caen un par de lágrimas en la mesa.

Y te miro mientras duermes mas no voy a despertarte… Ella de pie, frente a la cama. Brazos cruzados, abrazándose. Intentando no llorar más. Esperando el milagro: que Carlos se despertara y le dijera “no te vayas”.

Hoy se me agotó la esperanza, porque con lo que queda de nosotros ya no alcanza… Saldría de la habitación y entraría al baño. Plano de escorzo, su reflejo en el espejo. Pensaría que ya no existe ese “nosotros” sino que volvían a ser “tú y yo”.

Eres lo que más…

Cuántas veces quise hacerlo bien… Plano detalle de las manos que cogen el cepillo de dientes, las pinzas de depilar y unas horquillas. Saldría y cerraría la puerta con cuidado.

No saber dónde, cómo, ni cuándo todos estos años caminando juntos ahora no parecen tantos… Última parada, la cocina. Observaría el mensaje en la pizarra sin borrar, la lista de la compra para dos que ya no harían, la taza de café con zumo de Naranja que no limpió.

Hoy ya no es lo mismo, ya no vamos a engañarnos… Mano de Marta apagando todas las luces.

Que soy una mujer […] que hizo todo lo que pudo… Cogería la bolsa del gimnasio con los últimos recuerdos, engancharía el post-it en la puerta.

No lo olvides ni un segundo…
recorrido por la casa vacía, a oscuras, sin alma. El salón, la habitación de invitados, el baño, la cocina, el despacho, la habitación…

Eres lo que más… los pies de marta en el ascensor, la bolsa al lado. Ya no hay marcha atrás.

He querido… Porque como decía Albert Espinosa: “Amar se conjuga en pasado”.

martes, 3 de enero de 2012

Enero (III)

Ni siquiera hablaron después del incidente del teatro. Carlos se había conformado con un “muy bien”. Si hubiese insistido quizá ella le hubiera contado que en realidad no fue al teatro. Aquél día salió del trabajo y se dirigió a casa de Carlos que hasta ese momento había considerado un lugar de los dos. Se dio una ducha y se fue a casa de Cristian no sin antes dejar las entradas aparentemente usadas bien a la vista.

De aquella noche final recordaba chocolate caliente y una tarta de queso. Hablaron poco. Él no podía decirle “Te lo advertí”; ella no quería escuchar nada. Sólo tenia ganas de estar abrazada a alguien, llorando bajo una manta con cualquier película de (des)amor de fondo.

Decidió marcharse, pero no podía regresar a su piso. Alicia había alquilado la habitación hasta marzo y no tenía ánimos para convivir con la vitalidad de Cristian. De ese modo, lo más sencillo fue que las cosas siguieran su curso. Con la excusa de tener mucho trabajo, ella cada vez dormía más noches en la habitación de invitados o cabeceaba en el sofá.

Durante las jornadas de Champions Marta vaciaba poco a poco los armarios mientras él estaba en casa de Quique. Primero la ropa de invierno, luego la de verano; finalmente la de aquella primavera anticipada, aunque sólo climáticamente. Aquel 31 de Marzo, Barça y Arsenal empataron en Londres. En Barcelona, en cambio; entre Marta y Carlos uno había perdido.

lunes, 2 de enero de 2012

Enero (II)

No podía hacer más entonces y ahora sí podía... ¡ARF! El teatro sólo había sido la excusa a un largo tiempo de ausencia. No ausencia física, sino una más mala, la peor: la ausencia emocional. En pocos meses y si saber por qué Carlos había ido alejándose de ella.

Llevaban más de dos años y todo había sido de lo más natural. Marta se había instalado poco a poco en el piso de Carlos, sin preguntas ni decisiones trascendentales. A ella le apetecía cambiar de aires y a su compañera de piso que los aires cambiaran antes de que la relación entre ellas empezase a desgastarse.

Establecieron normas de convivencia importantes y otras no tanto. Crearon una parilla televisiva para las noches y trasladaron el equipo de música a la cocina para que Marta pudiese desayunar con tranquilidad por las mañanas. Entraban, salían, se encontraban, se besaban, se escribían, se llamaban, se echaban de menos, se olvidaban del otro cuando hacía falta. Hasta que uno de los dos empezó a olvidarse siempre.

Adiós a los lunes visitando casas ajenas bajo la manta. Adiós a la comida de los miércoles en el restaurante de Passeig de Gràcia; adiós a ir a hacer la compra juntos los sábados; adiós a los domingos bajo las sábanas; adiós a las reflexiones antes de ir a dormir; adiós a todo lo que valía la pena. Hola a las excusas, hola a las ganas de no hacer nada, hola a los “la próxima semana”, hola a “luego te ayudo”, hola a “mejor otro día”, hola a “Marta, hoy no iré a comer”, hola a los “perdóname”.

Durante mucho tiempo se preguntó qué había empezado a hacer mal, cuándo y cómo podía remediarlo. Hizo un experimento durante una semana. Dejó de llamar, dejó de hablar, dejó de existir. La vida de Carlos seguía igual. La semana siguiente todo acabó de repente a las cinco menos cuarto de la tarde. Su hipótesis era cierta, ya no había argumentos que le hiciesen pensar lo contrario. Todo había acabado.

domingo, 1 de enero de 2012

Enero (I)

Había pasado unos días desde la visita sorpresa de Carlos. Cuando él se fu, ella se dejó caer en su silla. Temblaba. Unos días después estaba más tranquila, en el sofá de su casa, pero igual de confusa.

Había pasado tanto tiempo, había esperado tanto a que se produjera una reacción como esa, era tan tarde… Recordaba perfectamente aquel jueves en que llovía. Se había levantado tarde, se había acabado el café, tenía dos reuniones en el trabajo. Desde la seis de la mañana sólo quería que fueran las ocho de la tarde para apagar el móvil y visitar El museu del temps en la Sala Petita del TNC.

Faltaban 15 minutos para la reunión de las cinco cuando sonó el móvil. Sólo con ver el nombre sabía qué significaba la llamada. Suspiró, respondió la llamada. Colgó. Entró en la sala Bosc, lo hizo tan bien como las circunstancias se lo permitieron y después, lloró. Ya no podía más.

Hacía meses que nada era igual. Habían hablado muchas veces y ni siquiera había promesas de mejora. Todo se resumía en un diálogo de Kafka que no lograba olvidar. Éste resumía a la perfección la espiral autodestructiva en que se había convertido su relación.

- No estoy contento de ti.

- No pregunto por qué, lo sé.

- ¿Y bien?

- No puedo hacer nada. No puedo cambiar. Puedo encogerme de hombros y torcer la boca. No puedo hacer más.