viernes, 17 de febrero de 2012

La azotea (III)

- Sabes que soy demasiado egoísta como para temer hacerte daño. Tengo… Me… Sería autodestructivo para mí. Eso es. Me lastimaría a mi misma. Y no quiero herirme. A pesar de todo, eres el único que me aguanta. Sólo te tengo a ti.

- Y a tu abuela.

- Se ha ido. No, no se ha muerto, se ha ido a una residencia. O se irá en breve. Parece ser que todas las personas a las que creo importar me dejan. ¿Cuándo me vas a dejar tú?

- Me gustaría decirte que nunca.

- ¿Y por qué no lo haces?

- Porque no me vas a creer.

Tenía razón. Elena había dejado de creer hace mucho. Cuando sus padres desaparecieron de la noche a la mañana y las dejaron a ella y su hermana pequeña al cuidado de sus abuelos. Blanca finalmente se fue a vivir a una ciudad del norte con sus tíos quienes tenían unos gemelos de su edad. Ella se quedó en Barcelona. Quizá por fidelidad a su abuela, por pensar demasiado, porque en el fondo pensaba que ellos volverían. Pero no volvieron y jamás entendió por qué.

Después de ellos, su abuelo tuvo un paro cardiaco y también se fue. Lydia, su amiga del alma, no regresó de un campamento de verano en Londres. Sus padres decidieron que sería mejor que cursara allí bachillerato y los estudios posteriores. La dueña del bar de abajo traspasado el negocio y dejó de tener un refugio donde pasar las tardes en que se dejaba las llaves y no podía entrar en casa hasta que su abuela volvía. También Toky, un periquito se escapó inexplicablemente. Aunque siempre tuvo sospecha que su abuela dejó la puerta abierta pues nunca soportó demasiado a los plumíferos.

- ¿Y tú qué quieres hacer?
- Mejor sería que me preguntaras qué voy a hacer.

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